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Por Chéster Hernández
En política no existen los silencios inocentes ni los discursos improvisados. Este jueves, durante la sesión del Congreso del Estado, el diputado Andrés Villegas tomó la tribuna para lanzar un mensaje directo —y para muchos, abiertamente provocador— hacia el grupo de Los “nachitos” Mier, en medio de la tensión generada por los hechos recientes en Quecholac. Su intervención, presentada como un acto de valentía legislativa, ha sido interpretada por diversos actores como una jugada estratégica nacida más del temor que de la convicción. Al final, como bien dicta el refrán popular: el miedo no anda en burro.
Villegas expresó un respaldo total al gobernador y al secretario Samuel Aguilar Pala, tratando de mostrarse firme ante un escenario político cada vez más enrarecido. Sin embargo, surge una pregunta ineludible: ¿responde esta súbita postura a un compromiso genuino o es simplemente un movimiento para ponerse a salvo? En los círculos políticos se comenta, con insistencia, que el legislador arrastra un pasado incómodo vinculado a figuras como Ardelio y Julio, un historial que hoy vuelve a cobrar relevancia ante su repentina lealtad al sistema.
El mensaje que envió desde la tribuna no pasó inadvertido. Más que una postura institucional, pareció una advertencia disfrazada para quienes han sido señalados como sus nuevos adversarios. Y en un estado donde los grupos de poder no olvidan, Villegas se coloca en una posición riesgosa: pretende erigirse como defensor de un aparato político que antes observaba con distancia, o incluso con recelo.
La política mexicana está llena de transformaciones convenientes, pero los cambios tan abruptos siempre levantan sospechas. ¿Está Andrés Villegas intentando convertirse en el nuevo camaleón del sistema? ¿Busca congraciarse con el gobierno para limpiar su propio historial? ¿O simplemente intenta evitar que su pasado lo alcance ahora que las tensiones se intensifican?
Lo cierto es que los discursos lanzados desde el Congreso suelen tener destinatarios definidos y consecuencias inevitables. El tiempo dirá si la postura del diputado responde a una convicción renovada, a una estrategia de supervivencia o al simple miedo de quedar atrapado en el fuego cruzado político. Porque en Puebla, y especialmente en temas como los que rodean a Quecholac, nadie olvida que el miedo no anda en burro.

