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Por jadid Hernández
Un nuevo reporte de medios mexicanos encendió las alertas sobre los movimientos de la cúpula cubana fuera de la isla. El jet privado Dassault Falcon 900EX, matrícula T7-77PR, identificado como aeronave de uso frecuente de altos jerarcas del régimen, permaneció varios días estacionado en el aeropuerto de Apodaca, Nuevo León. No se trata de un avión cualquiera: es señalado como el preferido de Raúl Guillermo Rodríguez Castro, alias “El Cangrejo”, nieto y escolta personal de Raúl Castro, una figura rodeada de secretismo y poder.
La información disponible describe una ruta aérea que, por sí sola, resulta inquietante. El Falcon 900EX habría partido de las Islas Caimán —territorio conocido por su opacidad financiera— para luego pasar por Panamá y Colombia antes de aterrizar en México. Más que un trayecto comercial, el itinerario dibuja un mapa clásico de paraísos fiscales y centros de tránsito de capitales, lo que ha despertado sospechas sobre un posible traslado de activos del conglomerado militar GAESA, pilar económico del régimen cubano.
De acuerdo con diversas investigaciones periodísticas, “El Cangrejo” habría realizado al menos 25 viajes previos a destinos como Panamá y Caracas, amparado por un pasaporte diplomático que le permitiría evitar revisiones exhaustivas. Este tipo de privilegios, habituales en regímenes autoritarios, no solo garantizan comodidad, sino también impunidad. La pregunta obligada es qué se transporta cuando no hay controles y quién se beneficia de esa protección absoluta.
La presencia del avión en territorio mexicano añade un componente político delicado. El aeropuerto de Apodaca opera bajo resguardo militar, lo que asegura discreción y control del entorno. En ese contexto, surgen interrogantes inevitables: ¿hubo reuniones con actores del poder mexicano?, ¿se buscó asegurar respaldos, lealtades o incluso refugio para capitales? La afinidad ideológica entre el actual gobierno mexicano y el régimen cubano alimenta las dudas, aunque hasta ahora no exista confirmación oficial de encuentros de alto nivel.
Para analistas críticos del castrismo, este movimiento podría interpretarse como una operación de emergencia. La inestabilidad de aliados regionales y la presión internacional obligarían a la élite cubana a resguardar lo que queda de sus reservas en divisas. Si esta lectura es correcta, el uso de familiares directos del poder para estas misiones revelaría el grado de desesperación de un sistema que se protege a sí mismo mientras abandona a su población.
El contraste es brutal. Mientras la élite vuela en jets privados y mueve capitales entre aeropuertos vigilados, el pueblo cubano enfrenta escasez, apagones y una crisis humanitaria persistente. La imagen del Falcon 900EX en Apodaca no es solo la de un avión detenido: es el símbolo de un régimen que, acorralado, parece dispuesto a salvar su fortuna antes que asumir responsabilidades.


